Además de vampiros, en mi mundo
existen otras lecturas. El final de la noche es la obra de un gran
escritor, un gran maestro y una gran persona, quien ha sido mi guía en este
camino literario que me encuentro recorriendo; ayudándome a descubrir y crear
mundos posibles, el Dr. Prof. Daniel Teobaldi. Esta página está dedicada a él y
a está gran novela que devoré en sólo tres días. Los invito a otro mundo, uno
sin vampiros, pero sí con algún que otro fantasma.
Lo siguiente es un paper
presentado por mí en el congreso CELEHIS realizado en Mar del Plata en
noviembre de 2011.
Nostalgia, memoria
y olvido en El final de la noche de
Daniel Teobaldi
El final de la noche es el relato de un viaje, todo “viaje en el espacio es a la vez un viaje en el
tiempo y contra el tiempo… Nosotros somos tiempo cuajado” (Magris, 2008, pág. 19) ,
mientras se recorren los lugares se descubren historias que el tiempo plasmo en
las diferentes personas que aparecerán en el camino. El tiempo ha generado
recuerdos, recuerdos que serán transmitidos en forma de historias que tomarán
forma mediante la palabra. Juntos, narraciones y recuerdos, se encargarán de
transformar al héroe de esta historia, Diego.
En la novela, el protagonista recibe un llamado
que lo obligará a emprender un recorrido en busca de su padre, “le dijeron que
podía encontrar a su padre en el hospital” (Teobaldi,
2010, pág. 9) .
Pero la idea de volver a verlo significa confrontar el pasado que ha decidido
olvidar. A partir del llamado el recuerdo de su padre se le presenta como un pretérito
que viene a recriminarle, “se imaginaba frente a un espejo, que no le devolvía
su imagen sino la de su padre, reprochándole que había hecho todas las cosas
mal” (pág. 9) . El espejo es el
encargado de devolver la propia imagen, exacta a uno mismo; esta aparición de
su padre no es más que el propio inconsciente de Diego que le recrimina la
disconformidad que él mismo posee con respecto a su vida presente.
El presente en el que Diego
habita es oscuro, como la noche, pero el pasado que irrumpe mediante ese
llamado, lo es más. Es tal la incertidumbre del presente como lo es la del
pasado, sin embargo, la única forma de salir de esa penumbra en la que vive su
presente es atravesando la oscuridad de su pasado, dándole luz, para poder dejar
esta noche en que está inmerso. La única salida es recobrar la memoria.
El olvido de Diego tiene una
razón, no se olvida algo sólo porque sí, “una mala memoria es una memoria
engañosa que nos retiene en el presente y aleja el pasado demasiado próximo
para darnos la ilusión de perspectiva, que proporciona vaguedad y profundidad a
los recuerdos más presentes” (Augé, 1998,
pág. 26) .
Él ha olvidado intencionalmente su pasado lejano, “una mala memoria es algo que
se cultiva” (pág. 26) , el personaje convierte
entonces su pasado cercano en uno lejano, mientras que el autentico pasado
lejano es olvidado, creando de esta manera una ilusión de perspectiva que le
permite ser el hombre que ha configurado para vivir este presente con su
pareja, Sandra. Pero la llamada lo obliga a recobrar los recuerdos remotos. De
la misma manera que lo obliga a cuestionarse en presente configurado mediante
una gran ausencia de pasado. Un presente irreal.
La llamada le presenta una nueva
posibilidad “ésta puede ser la última oportunidad de ver a su padre, de aclarar
el pasado, por lo que no puede dejarla pasar, era la única posibilidad que
Diego tenía… La única y la última” (Teobaldi,
2010, pág. 27)
de poder recuperar su historia. Necesita reconstruir hechos que sólo su padre conoce,
que sólo él vivió. Como “no pueden transferirse los recuerdos de uno a la
memoria del otro” (Ricouer,
1999, pág. 16) ,
necesita la narración de este hombre para comprender su pasado familiar,
reconstruyendo así el personal. Sin embargo, se niega a buscar sus propios
recuerdos a través de la memoria. El ejercicio le resulta demasiado doloroso.
Tras una discusión con Sandra
sobre la partida, la memoria se activa involuntariamente, “Diego sabía que esta
escena iba a coronar toda una noche de cavilación y recuerdos. Recuerdos tan
confusos como múltiples… Tuvo la sensación de que la memoria se le ponía en
blanco” (Teobaldi,
2010, pág. 12) ,
una sensación de querer y no querer recordar, de poder y no poder. En este
primer momento Diego logra “reconocer el trabajo del olvido” (Augé, 1998, pág. 19) , percibe que para
poder vivir su presente, ha olvidado el pasado lejano, lo que le ha conducido a
una existencia de penumbras, casi irreal, oscura.
Su pareja, Sandra, no está de acuerdo
con la partida de Diego. Ella decide no acompañarlo en su búsqueda. La mujer forma
parte del presente del protagonista, por lo tanto él debe iniciar su viaje solo,
dejando atrás a Sandra, “la propia memoria necesita también el olvido: hay que
olvidar el pasado reciente para recobrar el pasado remoto” (Augé, 1998, pág. 9) , con ella a su lado
no sería posible la recuperación y Diego “no podía seguir viviendo en un
presente constante, en un estar permanente” (Teobaldi,
2010, pág. 17) ,
el alejamiento de Sandra le permite iniciar
la conexión con el pasado, “el recuerdo de Sandra se fue diluyendo, para dar
paso a una experiencia mucho más compleja, mucho más personal, mucho más
individual. Porque Diego había empezado a revisar su propia vida, la vida que
le había antecedido” (pág. 16) .
Sin embargo, para no olvidar su presente, Diego recurre a un reloj que su
pareja le había obsequiado, “todavía la memoria le presentaba con frescura y
con todos los colores el momento en el que Sandra le daba el pequeño paquete…
con una tarjeta que decía: ‘Para que cada vez que lo mires, en cualquier
momento del día y en el lugar en el que te encuentres, te acuerdes de mí’” (Teobaldi,
2010, pág. 23) .
El reloj es el símbolo del tiempo presente, cada vez que el protagonista lo
mira recuerda que debe ponerse en contacto con su Yo actual, es decir, con
Sandra.
En el camino, se le presentan diferentes
personajes que narrarán historias, tomaré aquellos que funcionan como ayudantes,
aquellos “que aparece[n] para dar al héroe los amuletos y el consejo que
requiere” (Campbell,
1959, pág. 73) .
El hombre de la estación de
servicio donde el protagonista se detiene es un ermitaño que le demuestra la
importancia de la memoria, de ejercerla. Tras invitarle un café, el hombre le
cuenta cómo logró conseguir esas tierras en las que está la estación. Tras
concluir su historia le dice, “le tengo que agradecer a usted, porque me
permitió recordar lo único memorable que hay en mi familia” (Teobaldi, 2010, pág. 47) , el recordar y
narrar hacen que este hombre conserve la cordura, lo ayuda a no olvidar quien
es, “si no recuerdo, me pierdo y dejo de ser yo” (pág. 47) . Esas
palabras logran un gran impacto en Diego. Él ha olvidado, se ha perdido, ha
dejado de ser él mismo.
La narración es lo que le permite
a este hombre no olvidar. Según Augé, la memoria y el olvido se encuentran ligados
a dos términos, la vida y la muerte, “el olvido como una especie de muerte, la
vida de los recuerdos” (Augé, 1998,
págs. 20-21) .
Para poder vivir, el hombre de la estación de servicio debe recordar, porque
“la muerte está detrás de mí y debo vivir el momento presente sin olvidar el
pasado que habita en él” (pág. 21) . El hombre de la
estación de servicio hace que Diego se replantee su decisión de olvidar, le
muestra que sin su pasado, no tiene presente, no es nada. Estas ideas aturden a
Diego, lo obligan a replantearse su Yo presente vacío de pasado.
Otro ayudante es el profesor de
filosofía de Diego, Vanoli. Este hombre juega con el lenguaje, los verbos y los
conceptos al punto de no ser una persona fácil de comprender, como buen filósofo.
Propone a Diego: “usted tiene que llegar a la verdad” (Teobaldi, 2010, pág. 70) , una verdad que se
encuentra en el interior de Diego, en la memoria, pero aún no es comprendida.
La verdad de Diego sólo puede ser descubierta por él mismo. Pero, ¿existe la
verdad? Valori no es concreto, el mensaje que le transmite parece incompleto,
pero lo incita a indagar en el pasado, en la historia de su familia. El hombre
de la estación le había demostrado lo importante que es el pasado familiar,
allí parece estar la verdad que Valori proponía.
Un extraño en un restaurante se
presenta como ayudante consejero narrando, este hombre narra la desaparición
sobrenatural de su hermano. Este relato es simbólico, el hombre concluye que “a
mi hermano, que estaba en la luz, se lo llevó la oscuridad, y ahora ando entre
las sombres. Por eso abro los ojos en medio de la oscuridad, con el deseo de
encontrarlo allí” (Teobaldi,
2010, pág. 81) ,
esto funciona alegóricamente. Diego, al igual que el hombre que relata, anda
entre sombras en busca de su pasado, en busca de sí mismo. El hermano
representa al Yo perdido en la oscuridad nocturna del presente, el olvido.
“A veces los lugares hablan,
otras callan, tienen sus epifanías y sus hermetismos” (Magris, 2008, pág. 23) , los lugares remiten
al pasado de Diego. Aparece un sentimiento, “el dolor de la ignorancia” (Kundera,
2006, pág. 12) ,
la nostalgia. “Este viaje producía en él algo que demoró en reconocer, porque
no recordaba, o mejor: no quería recordar haber hecho ese trayecto antes, y si
algo asomaba a la memoria, eran esos fogonazos de la niñez y de la
adolescencia, que lo estaban aturdiendo” (Teobaldi,
2010, pág. 26) ,
la adolescencia deja marcas profundas que muchas veces se deciden olvidar, pero
los lugares rememoran y obligan a confrontar la dureza del pasado. Los
recuerdos olvidados aparecen violentándolo, por lo que Diego apelará a los
recuerdos buenos de su padre, lo cual le permitirá seguir su búsqueda, “con ese
recuerdo, Diego aspiró profundamente y miró hacia delante” (pág. 29) .
El protagonista atraviesa un
umbral, la “puerta de acceso al pueblo, saludaba a los viajeros anunciando su
nombre y apellido: La Laguna” (Teobaldi,
2010, pág. 49) .
Esta frontera que cruza no es sólo física, es la que lo separa de su pasado,
“no hay viaje sin que se crucen fronteras” (Magris, 2008,
pág. 15) .
El pueblo lo obliga a recordar, comienza a cuestionarse “por qué ese pasado era
una negación en su historia personal; por qué el olvido se había ocupado de
borrar toda huella de un año de su vida” (Teobaldi,
2010, pág. 51) .
El umbral que atraviesa al entrar al pueblo le permite tomar conciencia de que
su presente con Sandra carece de sentido, es más muerte que vida, es oscuridad
y noche. A partir de ese cruce de fronteras, ha cambiado, no puede volver al presente.
La Laguna es un pueblo detenido
en el tiempo, uno de estos lugares que “seducen sólo a quienes lo recorren
conociendo lo sucedido” (Magris, 2008,
pág. 23) .
Diego siente allí la nostalgia de su historia personal. Uno de los recuerdos
que toma forma con el pueblo es Cecilia Finochetto, ella será la contrapartida
de Sandra, el pasado.
En El Milagro, otro pueblo del
recorrido, Diego puede encontrar a Cecilia. Encontrarla significa recuperar
parte del pasado del que ella forma parte. Cecilia lo había estado esperando
durante mucho tiempo, nunca olvido y siempre supo que Diego necesitaría
recordar algún día. Ella evoca en Diego el recuerdo de la fiesta en la que el
señor Finochetto había sido arrestado y él había sido dejado inconsciente para
despertar solo en el salón, con un vacío imposible de llenar en la memoria, con
recuerdos que jamás serías suyos, que debía pedir prestados a Cecilia. Al verla
descubre que el paso del tiempo no le había afectado, que era la misma de su
pasado. Pero lo más importante es que ella lo había estado esperando.
Cecilia narra la historia de su
familia, llenando espacios de la historia personal de Diego. Sin embargo éste
no está dispuesto a recordar su historia familiar, “son momentos que preferiría
borrar de mi historia personal” (Teobaldi,
2010, pág. 96) .
Pero ella le obliga a replantearse esta idea, le asegura que su padre “se fue
para que ustedes se salvaran” (pág. 96) . Su padre no
militaba para ningún partido ni participaba en agrupación alguna, aún siendo un
excelente ideólogo, por ello era peligroso. Diego comienza entonces a tomar conciencia
del sentido del viaje. Debe recuperar la historia de su padre para poder
construir la propia. Recuperar la memoria.
Cecilia le presenta al señor
Ingaramo que conoció a los padres de ambos. Este ayudante le entregará a Diego
un amuleto, un cuaderno azul con la ideología de puño y letra de su padre,
estas ideas son el comienzo. Para terminar de comprender el pasado es necesario
terminar la búsqueda, llegar a la colonia donde se encuentra internado el
hombre.
Pero llega tarde, su padre ha fallecido.
Pero la muerte no será de gran perjuicio para la reconstrucción del pasado que
Diego debía hacer, porque su padre dejó sus memorias registradas. Céspedes, el
doctor, será un nuevo ayudante quien le narrará recuerdos de su padre durante
la internación. Céspedes, antes que nada, confirma la cordura de su padre que
había entrado a la colonia para no
enloquecer; “él era de los que sostenían que los verdaderos locos están afuera.
Son los que han perdido contacto con la realidad. Pero con la verdadera
realidad, no con lo que los científicos y pseudofilósofos de ahora quieren
convencernos de que es la realidad” (Teobaldi,
2010, pág. 198) .
El caos en que vive el hombre moderno le impide ver lo verdaderamente importante,
el bien. Su padre se internó porque estaba harto de sostener la utopía del
bien. El doctor le entrega a Diego un nuevo amuleto, una carpeta con
anotaciones manuscritas del hombre en cuestión, “es para no perder la memoria” (pág. 200) , le dice.
Diego puede escribir ahora su
historia, tiene el cuaderno azul y la carpeta. Deja atrás la relación con
Sandra, no era verdadera, lo ha descubierto. En él se ha producido un cambio.
El viaje lo llevó a través de historias de otros que se entrecruzaron con la
historia de la que él era protagonista. La vida real “¿no se presenta acaso
como un intrincado tejido de historias, intrigas, acontecimientos que afectan a
la esfera privada o a la esfera pública, que nos narramos unos a otros con
mayor o menor talento y convicción?” (Augé, 1998,
pág. 39) .
Durante todo su recorrido, Diego va recopilando narraciones de recuerdos ajenos
que se vuelven parte de su propia historia y le permiten reconocerse a sí mismo
y poder entonces escribir su novela.
Pero el final de la noche no es ese, la novela concluye demostrando como
nuestras historias se entretejen formando una gran telaraña de memorias,
olvidos e imaginación. El relato de una vida “no es el resultado de una
supresión de relatos sino algo que impregna a todos ellos con un rasgo original,
pues, por muy solitario que pueda ser el recorrido, estará por lo menos
perseguido por la presencia de otro, bajo forma de lamento o de nostalgia; de
tal modo que… la presencia otro o de otros es tan evidente a nivel del relato
más íntimo como lo es la del individuo singular al nivel más global del relato
plural y colectivo” (Augé, 1998,
pág. 52) .
Es así como la revelación del final cobra sentido, el hombre de la estación de
servicio será quien escribe El final de
la noche.
Bibliografía
Augé, M. (1998). Las formas del olvido.
Barcelona: Gedisa.
Campbell, J. (1959). El
heroe de las mil caras, psicoanalisis del mito. Buenos Aires: Fondo de
Cultura Económica.
Kundera, M. (2006). La
ignorancia. Buenos Aires: Fábula Tusquets.
Magris, C. (2008). El
infinito viajar. Barcelona: Anagrama.
Ricouer, P. (1999). La
lectura del tiempo pasado: la memoria y el olvido. Madrid: Arrecife.
Teobaldi, D. (2010). El
final de la noche. Córdoba: Copista.
Excelente comentario de una excelente novela. Quienes la hemos leído, la hemos disfrutado. Ojalá Daniel Teobaldi siga sorprendiéndonos con su narrativa. Saludos!
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